El Top Five de River campeón (Parte 3)

La 33ª consagración millonaria
El Monumental vivió la fiesta del reencuentro
Casi 60.000 personas se reunieron en la conquista de River; se vibró con un desahogo esperado, que cerró una semana perfecta con la eliminación de Boca en la Copa Libertadores.

Como fábulas reunidas en un mismo relato, el Monumental se abrió para una historia fantástica. Mucho transcurrió hasta el final feliz. Demasiado. El cuento empezó hace mucho con pesares y penares y se enfrascó en más de mil luchas internas. Hasta que, en el día señalado, llegó un héroe esmirriado y torció definitivamente el rumbo hacia la conquista. Vibró River. Se conmovió, en definitiva, el sentimiento millonario de sentirse otra vez el mandamás. Es su hora. A su paso se tiende la alfombra roja y parten loas desde los cuatro costados de un escenario revuelto, alborotado por 57.000 personas. La vuelta olímpica corona el fuerzo y, al mismo tiempo, ahuyenta los fantasmas y el sufrimiento. Después de mucho, mucho tiempo, River parece solo uno, como si las piezas de la delicada porcelana encasajen con perfección china, pese a la caída desde las alturas que soportó en un pasado no tan lejano.




Se abrazan todos, conocidos y extraños, hermanados por el blanco y el rojo. Veneran a Ortega, ya una especie de deidad; idolatran a Buonanotte; se rinden ante Carrizo, reconciliado definitivamente tras algunas declaraciones que no cayeron bien; con el único que mantienen cierto recelo es con Ahumada, al que no le perdonan la acidez de sus palabras y la recordada comparación de Boca. Simeone se acercó hace poco, pero parece el miembro más antiguo de la familia. La dicha cunde, se expande en Núñez, en el Obelisco –otra obligada sede del delirio–, en cada punto cardinal donde haya una camiseta con la banda roja.

El barrio se vistió para la ocasión. A unas cuantas cuadras ya aparecieron las primeras menciones: carteles con el recordado festejo del Beto Alonso tras un triunfo ante Boca por 2 a 0, en 1986, en el recordado día de la "pelota naranja". La leyenda fue distintiva: "La camiseta de ayer y hoy para alentarla siempre". En la vereda del Monumental se estacionó un viejo Ford Falcón transformado en un santuario riverplatense, con banderas, recortes y amuletos; vale todo; sobresale un cartel en el parabrisas: "¡Gracias, Fluminense!", alusivo al equipo que dejó a Boca fuera de la Copa Libertadores. Es más, muchas camisetas de los brasileños se vieron por los alrededores. Sí, quién puede dudarlo, el círculo fue completo...

Cuesta entrar en calor. Antes del partido, como en una tensa cautela, manda el silencio, que se quiebra poco antes de la salida del equipo. Hay muchos globos. Sobresalen las banderas. Una le da las gracias a Carrizo. Otra se mofa del 10 de la camiseta azul y oro. "Riquelme: dejaste todo... en el baño". Vuelan los globos, se encienden las bengalas, la piel está erizada en cada rincón. En el medio de la popular hacen su ingreso los Borrachos del Tablón. A la distancia no se advierte bravura, sino aliento puro. Extienden su estandarte en letra gótica, ese que estuvo guardado un buen rato. Nadie falta. Ni siquiera la filial millonaria de Barcelona, España.

Los vaivenes de la pelota guían las reacciones. Del delirio se pasa a la incredulidad. El respaldo casi no cede, como en elípticas respuestas a sus propios jugadores, en los tiempos de rencillas. Y otra vez Buonanotte pone las cosas en su lugar. El festejo ya no cambia de tribuna. Una, dos, tres... quién sabe cuántas dedicatorias parten hacia La Boca. Todas se envalentonan con las noticias que las radios traen desde La Plata. Esas que cuentan de la impericia de Estudiantes.

Victoria en mano, los últimos minutos de la poca fortuna del escolta se escuchan en el vestuario. No es cuestión de adelantar las cosas, a ver si el diablo anda por allí... No qué va... El incienso de la pasión lo espantó. Abreu se arranca los auriculares y se lanza en una carrera sin fin. ¡River campeón! Otra bandera simboliza la gesta, la N° 33. Los jugadores vuelven a la cancha. Lucen una camiseta especialmente diseñada: también tiene el 33 y otro mensaje codificado para el tradicional adversario: "Alegria não tem fin".

Ortega y Ahumada encabezan la vuelta olímpica. Los sigue una multitud. Van para el escenario. Se suben. Se bajan. Vuelven a subirse. No saben qué hacer y... corren. Todos se trepan al arco que da a la tribuna Almirante Brown. Cede uno de los parantes y se caen Cabral y Augusto Fernández. No hay dolor. Se ven sonrisas, lágrimas, emoción. Por ahí, camuflado como un campeón más, aparece Gonzalo Higuían, actualmente jugador de Real Madrid. El trofeo pasa de mano en mano. Se suelta una lluvia de papelitos y se pide el enésimo minuto de silencio para Boca. Estaba hecho: después de cuatro años, River ya se había reencontrado con River.